El primer coche eléctrico del mercado se remonta a 1996, con los EV1 fabricados por General Motors. Los años siguientes, compañías como Toyota o Nissan fabricaron sus propios modelos de coches eléctricos. Eran potentes, no contaminantes, y especialmente baratos (una carga completa de un 4x4 eléctrico de Toyota costaba unos 2 euros). Sin embargo estos coches sólo podían ser alquilados, y al final del alquiler, estas compañías decidieron destruir estos modelos. ¿La razón? Las grandes compañías automovilísticas y petroleras compraron las patentes de estos coches eléctricos y frenaron su producción. A pesar de que el vehículo eléctrico presenta numerosas ventajas, entre ellas su precio y el hecho de no ser contaminantes, si se generalizara, tanto la venta de vehículos de combustión como el precio del petróleo se desplomaría.
El ingeniero y físico Nikola Tesla inventó hacia 1930 un coche que no usaba combustible, sino que se movía a través de una antena telescópica. Al enterarse de ello, los magnates de compañías petrolíferas engañaron a Tesla y destruyeron sus planos.
No es éste el único caso en el que los intereses económicos de algunos prevalecen sobre el interés general. Investigadores de la Universidad de Alberta, Canadá, encontraron hace apenas un par de años un medicamento llamado dicloroacetato, que podría curar el cáncer. Sin embargo, debido a que ésta sustancia no requiere patente, y debido a su precio muy económico comparado con los medicamentos contra el cáncer que se usan en la actualidad, no sería rentable para las farmacéuticas ni para los inversores privados. El cáncer es la primera causa de muerte en todo el mundo, causando 8 millones de defunciones al año, lo que genera para las farmacéuticas un importante aunque no tan ético ingreso.
Remontándose al año 1879, se inventó la primera bombilla, atribuida a Thomas Edison. En los años posteriores comenzó a comercializarse el modelo de Edison, cuyo filamento estaba hecho de tal forma que durase unas 1.500 horas. En la década de 1920 algunos fabricantes lanzaron al mercado bombillas que superaban las 2.500 horas de duración. Sin embargo, la bombilla convencional de hoy en día tiene unas 1.000 horas de vida. En el año 1924 los fabricantes de bombillas se reunieron en Ginebra y establecieron que la vida media de una bombilla no debería superar las 1.000 horas para así garantizar que el negocio de la bombilla resultara viable.
Esto no sólo ocurre con las bombillas: impresoras, aparatos electrónicos, medias de mujer... todos están diseñados para durar un tiempo determinado y hacer que el consumidor vuelva a comprar el producto una y otra vez. Aunque provoca un consumo excesivo de recursos, la destrucción del medio ambiente y un perjuicio para el consumidor, es rentable para estas compañías, para las cuales el fin justifica los medios.
Fuentes:
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/03/09/ciencia/1331318141.html
http://www.elreferente.es/actualidad/encuentran-cura-para-el-cancer-pero-no-vera-la-luz-por-no-ser-rentable-13128
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/06/03/economia/1338718307.html
Imágenes extraídas de:
bestsleepaidpills.com
lgblog.es
greencar.com
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